Llevábamos tiempo sin salir, y aprovechamos la invitación a Burgos para visitar la ciudad del Cid.
Aunuq reconozco que soy ateo practicante, uno no deja de postrarse ante la grandeza de las catedrales medievales. Y si este asombro nos los produce a nosotros que estamos acostumbrados a ver maravillas tecnológicas, viajes exóticos, todo el conocimiento en nuestras manos, qué le debía producir a la gente hace quinientos años y no habían visto nada más que sus aldeas y campos de alrededor.
Me pongo en la piel de esa gente que se va acercando a una de estas ciudades y ve desde lejos estas construcciones y según se acerca empieza a ver los miles de detalles que componen estas joyas.
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